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La nave de la memoria

La caída del jaguar. Crónica del estallido social en Chile (Hormigas Negras, 2020), de Gonzalo León, está prologado por Horacio González, un lector sobresaliente con una pluma genial. Compartimos a continuación los dos primeros párrafos del texto.

Por Horacio González

Un cronista que vive en un país y viaja a otro corre el riesgo de que en lo que escriba se le escapen cuestiones, detalles o significados que solo con las claves de la procedencia vernácula podrían describirse. Gonzalo León es ese cronista que viaja a otros países, pero ese país es Chile. Viaja desde Buenos Aires. Y Chile es su país. De modo que en este recuento magnífico de los hechos que condujeron a la revuelta estudiantil y popular contra los Carabineros y el gobierno de Piñera, hay un literato, periodista y poeta chileno que vive en Buenos Aires, que al volver a su país se encuentra con dos extranjerías específicas. Suyas, propias de un chileno. Por lo tanto, es también una forma de interiorizarse otra vez, y mucho más. Pues antes de su viaje a la Argentina, en sus estudios universitarios en Valparaíso, había conocido y participado del movimiento estudiantil. Luego como cronista del diario La Nación de Chile, había tenido oportunidad de entrevistar a Piñera en un viaje en automóvil, en el momento de su primera campaña electoral, y el resultado de este escrito nos entrega una gran vivacidad irónica en sus formas y una profunda comprensión del tejido moral tan autosuficiente como trivial de este personaje. Frases premoldeadas, sonrisas entablilladas, el clima ambiguo de los guardaespaldas. ¿Protegen o amenazan? La atmósfera viscosa, captada perfectamente.

Gonzalo León pertenece a una escuela de cronistería —llamémosla así—, que de cualquier paisaje calmo, confrontación violenta o momento de peligro, nunca abandona un ejercicio de intercalación y ruptura de los tiempos del relato, que lejos de perturbar un hilo conductor que nos lleva directo a los hechos, lo profundiza de un modo en que de repente nos encontramos dentro de ellos. Las opciones para producir ese efecto de probable lejanía que nos introduce más en el corazón de las tinieblas se basan en poner en vilo a su propia conciencia, que siempre reflexiona sobre sí misma como si buscara respirar gases lacrimógenos continuamente para ser más lúcida. El relato se sostiene entonces en una primera persona, tanto más cercana a los hechos cuanto más recibe en sus ojos la asfixia que se respira. Pero junto a estímulos sensoriales primeros, hallamos otra línea de escritura. Complementaria, que es la de mantener un relato casi objetivo, un poco extrañado de acontecimientos tan trágicos, por el hecho de que entremedio florecen las observaciones sobre su vida personal, el encuentro con antiguos amigos, juicios sobre reuniones literarias donde se comentan los hechos que sacuden la ciudad, pero no sin que escritores reconocidos eviten deponer su interés en defender el lugar social que ocupan como intelectuales, antes que entregarse a las grávidas solicitaciones de la revuelta.

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