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Edición chilena de La caída del Jaguar

Gracias al convenio de coedición que Editorial Hormigas Negras llegó con Libros La Calabaza del Diablo La caída del Jaguar: crónica del estallido social en Chile, de Gonzalo León, tendrá una edición en el país trasandino, la cual empezará a circular durante los primeros días de diciembre. Según lo acordado por ambas editoriales, la edición será exactamente igual a la publicada en Argentina, sólo que impresa y editada en Chile. De este modo se mantiene el diseño hecho por Valeria Seoane, la fotografía de tapa de Bastián Cifuentes Araya y el prólogo de Horacio González.

El libro estará disponible, en el canal de venta de Libros La Calabaza del Diablo, en su IG @libroslacalabaza y en su tienda. Para quienes opten por pedirlo al canal de venta podrán acceder a recibirlo en su domicilio. Queda aclarar que por el momento el libro no tendrá versión digital.

La presentación de La caída del Jaguar será el domingo 20 de diciembre, a las 18:30 horas, en el marco de la Furia del Libro, la mayor feria independiente del vecino país, y podrá verse de manera digital. En la ocasión participarán el historiador Víctor Muñoz, el autor del libro Gonzalo León y el fotógrafo Bastián Cifuentes Araya.

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El puente que cruje sobre un río de aguas peligrosas

En la presentación de  Amor no Roma mi amor (reciente libro de poemas y rarezas de Pablo Ramos, publicado por Hormigas Negras en la colección Aullido), Irene Kleiner, autora de Todos los mundos, ninguno, leyó un texto íntimo y reflexivo, que indaga en los misterios de la escritura.

 

Palabras para mi maestro 

Siempre supe que iba a escribir sobre ese primer día en que llegué a la casa de Pablo Ramos; mi primer día de taller. Estaba nerviosa, claro, yo apenas me asomaba a la posibilidad de escribir; estaba dando más que primerísimos pasos  y no tenía la ventaja de la juventud que todo promete, a la que se le pueden perdonar las tonterías. No tenía idea de cómo había surgido en mí ese deseo, hoy puedo nombrarlo así, pero en ese momento ni siquiera lo percibía como tal, es más, creo que había hecho lo posible por no enterarme de su latido silencioso.

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Había conocido a Pablo casi de casualidad, en una charla sobre El origen de la tristeza. Hoy no me acuerdo casi nada de lo que habló ese día, lo que sí recuerdo fue su posición, el lugar desde donde dijo lo que nos dijo. Honestidad pura: sus miedos, sus fracasos, sus fantasmas, pero no los pasados, porque cualquiera habla de esas debilidades que gracias a vaya a saber qué, pudo dejar atrás. No, el escritor Pablo Ramos, a quien admirábamos los que habíamos leído su libro, el editado, el que había obtenido premios, no tenía respuestas, no quería explicarnos nada; tan solo venía a mostrarnos las mordeduras de sus perros rabiosos, como él las llama. Esa tarde se abrió ante nosotros en su enorme humanidad.

Vuelvo entonces a mi primer día, frente a la puerta de una casa antigua de La Paternal. Era casi diciembre, y yo le había escrito un mail diciéndole que quería empezar a asistir a su taller. ¿Qué era lo que yo suponía? Que me iba a decir que me esperaba al regreso de las vacaciones, que empezábamos después del verano, o algo parecido. “Vení el jueves” me contestó. En ese primer gesto, en algo tan simple que podía parecer un detalle, yo acusé el impacto: “no estamos en el colegio, ni en la Facultad, querida, esto no es la formalidad de un calendario académico, esto es otra cosa, si querés escribir, si sentís el ronroneo zumbándote en la cabeza o en alguna otra parte del cuerpo, ¿de qué vacaciones me hablás? ¿A quién le importa en qué mes estamos?” Eso que nadie pronunció significó para mí darme cuenta de que estaba entrando a algo diferente a lo que estaba acostumbrada, a cómo yo pensaba las cosas, tan ordenadas, organizadas, con planes ciertos.

Cuando se abrió la puerta, Ramos no estaba, todavía no había vuelto del gimnasio (en esa época iba al gimnasio). Me recibieron sus alumnos que iban y venían por todos lados como si fueran los dueños de casa, me hicieron pasar, y ahí se abrió un escenario que por supuesto no era el que imaginaba, aunque no sé si imaginaba algo, pero lo cierto es que pasé a un living abarrotado de cosas, un colchón en el piso, comida, no recuerdo si en esa época había perros, creo que sí, pero ahí ya se me mezcla con la casa de ahora en la que siempre hay perros y algún gato que deja un alumno y nunca más viene a buscar;  esa casa en la que, de solo entrar, uno siente que ingresó a un lugar sagrado donde se respira literatura. Lo que sí recuerdo es que se entreabrió una puerta en ese ir y venir de los alumnos, una puerta que ya no existe, porque Pablo reformó su casa, y pude ver a una chica con el torso desnudo, de espaldas, a quien otra chica (que me dijeron, era la novia de Pablo), le estaba haciendo masajes. Todo era lo más natural para todos. “Ya estoy acá, pensaba”, con esa sensación de ser la nueva, la chica que tuvo que cambiar de colegio en séptimo grado; no sabía dónde parame o sentarme. Alguien me convidó un mate.

Cuando llegó Pablo nos acomodamos en el patio; me hizo presentar y me explicó cómo funcionaba el taller: reglas muy claras, imprescindibles para que funcione lo que yo llamo “el método Ramos”, no sé si él habló de método,  pero yo les aseguro que lo tiene, y que sus resultados son sorprendentes, claro que para eso no es solo cuestión de método, hay que abandonar unos pedazos de tierra firme y estar dispuesto a hundirse en aguas profundas, aun sin saber nadar.

En esa casa, que terminé queriendo, con sus cosas tiradas, los platos apilados en la pileta de la cocina, o sin gas porque ya no se podía pagar, pero siempre con un calefactor eléctrico que Pablo ponía cerquita de las que somos friolentas, aprendí que hay ciertos desórdenes y caos necesarios, que eso no se contrapone a lo serio, a lo riguroso ni a la precisión. En eso Ramos es inflexible, te lleva a lo máximo de tus posibilidades, a lo mejor que podés dar; a que escribas lo que tenés que escribir, eso que uno a veces desconoce de uno mismo y él, con una capacidad increíble, escucha más allá de tus palabras.  Siempre le digo que sería un gran psicoanalista, porque sabe leer en todas las líneas del pentagrama de lo que uno dice. Sus devoluciones, las correcciones de Ramos, no terminan en el texto de la hoja A4 que todos llevamos impresa, él escuchó desde lo primero que dijiste cuando llegaste, lo que le contaste que te pasó con una amiga o con tu hijo, o una anécdota al pasar, todo forma parte de todo porque la literatura no está separada de nuestras vidas y en eso, Pablo Ramos es una de las personas más coherentes y sinceras que conozco.

Tal vez por eso, algunos no pueden atravesar ese puente inestable que cruje sobre un río de aguas peligrosas, porque contra cualquier estética, él propone y sostiene una ética.

El libro que hoy celebramos, es una clara puesta en acto de esa honestidad; de una verdad que a veces es descarnada, pero a la que Ramos no le teme. Porque Pablo Ramos no mide,  se desnuda y lo hace con el pudor de su dignidad moral, porque es aceptando lo más oscuro que nos habita que se hace posible una escritura verdadera, esa que él derrama tan visceral como poética.

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Encontré en los diarios de Abelardo Castillo unas palabras que bien podrían ser de Ramos: “No he venido al mundo para salvar a nadie, ni siquiera a mí mismo. Lo único que puedo hacer es buscar implacablemente una verdad que a veces vislumbro. Eso sí acaso le sirva a alguno”. Vaya si nos ha servido a tantos, querido Pablo; en lo que a mí respecta, el agradecimiento es infinito.

 

Irene Kleiner

Avellaneda

9/12/19

 

 

 

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Presentación de Mi abuelo caníbal, la segunda novela de Federico Lisica

El 21 de noviembre en Casa de la Lectura, la editorial Hormigas Negras presentó Mi abuelo caníbal, octavo título de la colección de narrativa argentina contemporánea Puro Barullo.

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El desopilante guionista Sebastián Meschengieser, uno de los primeros lectores de los borradores de Mi abuelo caníbal, compartió detalles del surgimiento de su amistad con Lisica en los tiempos de la universidad, relató las instancias de reencuentros, sus impresiones acerca de Mi abuelo caníbal y por sobre todo contagió a la audiencia con su humor fresco e ingenioso.

El poeta y periodista Gustavo Álvarez Núñez realizó un análisis comparativo, leyó breves fragmentos, ahondó sobre las metáforas del canibalismo y el estilo literario de Lisica.

Por último, Federico contó cómo fue el proceso de escritura de Mi abuelo caníbal, reveló los secretos que dispararon la historia y mostró diapositivas históricas del Sitio de Leningrado.

Luego del cierre de los expositores y la finalización de las proyecciones, cuando todos los invitados charlaban entusiasmados, las canciones que acompañaron a los personajes de Mi abuelo caníbal, en el transcurso de la historia, se escucharon como banda de sonido del evento y del brindis.Presentación del libro Mi Abuelo Caníbal

Fotos: Santiago Ernesto Perrone.

 

El nieto caníbal

Por Federico Lisica

Esta presentación nace de una falacia expuesta en la misma tapa de la novela. Su título. Los dos que llegaron a la final, cuando estaba terminando el proceso de escritura, fueron: El yaguarón de San Petersburgo y Mi abuelo caníbal y otros asuntos. Nunca lo había notado, pero ahora que escribo esto, caigo en que hay otro título más apropiado. ¿Cuál?: El nieto caníbal.

Es cierto que detrás del título final Mi abuelo caníbal, en ese pronombre posesivo —mi—; ya está presente la línea sucesoria de quién narra la historia, cuyo nombre aparece sólo en tres ocasiones puntuales y no es muy original: Federico.
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Por otra parte, en el título definitivo también aparece el tema no menor de comerse a otro sujeto, la antropofagia, a la que me referiré en unos segundos, nomás.

El nieto caníbal, decía y no El nieto del caníbal. Por una cuestión particular más allá de la preposición —de—; el canibalismo real, el de comer carne humana, entiendo que antes que terror genera incomodidad. Después viene el terror, claro. Pero primero está ese resquemor, esa cosquilla impertinente que sentimos, porque es una acción humana muy inhumana. La menos civilizada de todas. Y todos/todas, a su vez somos caníbales. Pero de una clase particular. Tranquilos, es un canibalismo metafórico. Nadie va a salir con el brazo machucado por quién tenga sentado al lado.

Somos caníbales de nuestra propia historia, de los que nos antecedieron. Nos alimentamos de esa historia, y andamos famélicos siempre, a conciencia o sin saberlo. La mordemos de a pedazos. Y nunca quedamos del todo satisfechos.

Cito a Oswald de Andrade del Manifiesto Antropófago: “Sólo la Antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente. Única ley del mundo. Expresión enmascarada de todos los individualismos, de todos los colectivismos. De todas las religiones. De todos los tratados de paz. Tupi, or not tupi, that is the question. Contra todas las catequesis. Y contra la madre de los Gracos. Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley del antropófago”.

Oswald de Andrade fue una de las figuras claves del modernismo brasileño a comienzos del siglo XX, ese movimiento que propugnaba por una vida y un arte en comunión, y también problematizaba sobre la cuestión de hacer arte desde los márgenes, desde la periferia, como seres colonizados por Europa.

Debo confesar que todo este bagaje recién lo encontré al tipiar en Internet. Al terminar la novela. Y juro que no sé lo que son los Gracos. Pero me gustó mucho la idea de ese manifiesto. La de reconocerse como seres primitivos, de engullir lo que viene de afuera, de lo que está en la frontera, de lo que no sabemos bien si es nuestro o ajeno para intentar conformar algo parecido a la identidad.

Como escribió Gustavo Álvarez Núñez:

“¿Cuánto hay de mutación en las historias de tantos inmigrantes y refugiados que debieron mutar de piel, mutar de nombre, para tener una nueva vida, una nueva piel, un nuevo nombre, cuando llegaron a Argentina? ¿Y qué lenguaje sino el del destierro los hizo soportar sobres sus espaldas una nostalgia y un secreto inauditos? ¿Y cuánto de lo inverosímil mutará en verosímil a los oídos de los sobrevivientes?”.

Escribir es como un Tetris. Te caen figuras complicadísimas que colocás donde podés; cuando no pasa nada tenés al cosaco aburrido que te marca el tiempo y de vez en cuando te cae una palabra, frase o idea salvadora que encastra y el resto toma sentido para que puedas seguir adelante.

Escribir es como un radar. Cuando escribís tenés que tenerlo prendido. Como cuando Sebastián, aquí a mi lado, me contó la historia del zoológico de San Petersburgo y la incorporé a la historia.

Cito de la novela: “En Petersburgo hacían sopa con cola de carpintero, aserrín, y rasqueteaban los empapelados de las paredes para llenar el estómago. El único lugar respetado por los petersburgueses, paradójicamente, era el zoológico. A pesar de la escasez de comida, nunca nadie intentó asaltar las instalaciones donde habían quedado algunos ejemplares imposibles de trasladar antes del bloqueo. La residente más famosa era una hipopótama llamada Belle. Su cuidadora, Evdokia Ivanovna, iba cada jornada hasta el río Neva con un enorme barril para recoger varios litros de agua que calentaba y frotaba, junto con aceite de alcanfor, sobre la piel del animal para que ésta no se secase ni agrietase. Belle aguantaría”.

Escribir ficción es como un sonar. En esa búsqueda siempre aparece lo real —que no es necesariamente lo documentado— como uno de esos objetos más resonantes.

Pero la intención inicial fue otra. No había inmigrantes. No había siquiera canibalismo. Era mucho más escueta. Quería escribir una historia de terror en tres capítulos. Tres. Que cada relato fuese autónomo, pero tuviesen nexos entre sí. Y que cada bloque correspondiese a un género de horror:

  • Fantasmas y casa embrujada.
  • Monstruos míticos.
  • Slasher: esas en la que un psicópata (Jason, Freddy, Michael Myers o el loco de la motosierra) asedia a personas sin justificación alguna para masacrarlas. El lugar que había pensado era un hotel. El asesino era un periodista en una conferencia. La víctima un renombrado actor llamado Sam Rockwell.

Aunque algo de esos tres géneros ha quedado en la novela la biografía también metió la cola.

Sí, esta es la historia de un inmigrante soviético llamado Sergei Paltsev. Un soldado que fue caníbal durante el sitio de Leningrado. Reconvertido en inmigrante, con sus dos hijos y el narrador tratando de armar su propio rompecabezas con piezas que no son suyas y debe robarlas para hacerlas encastrar. Sobre la cuestión acerca de si la novela tiene parte de realidad… Puedo decir que traté de ser respetuoso, pero no pudoroso con mi historia.

Nikita Lisica, mi abuelo biológico, al igual que Sergei también fue considerado polaco, pero nació en Ucrania y tuvo descendencia en la Argentina. También se casó con una enfermera italiana. También le faltaban algunos dedos. Creo que algunas de las partes más terroríficas —al menos para mí— son aquellas que efectivamente pasaron. Y, por el contrario, las más verosímiles, las más tiernas y costumbristas, las que nos abrazan, me las imaginé por completo.

Volviendo a lo de la colonización cultural. Aquí hay una lista impertinente de referencias desplegadas en la novela. Así se acumulan:

  • Canciones de Creedence (traducidas al castellano como Banda Viajera o has visto la lluvia alguna vez, Orgullosa Mary) y de Iván Rebroff, cantante folklórico con un rango vocal de soprano y bajo.
  • Las revistas el Tony, Nippur de Lagash o D’Artagnan.
  • Las películas El Arlequín, Jesús de Nazareth, ambas protagonizadas por Robert Powell, y la segunda que siempre la pasaban en Pascuas
  • La revolución libertadora del 55.
  • El Colegio Mariano Acosta.
  • Skinheads del Parque Rivadavia.
  • Chuck Berry tocando en Obras.
  • El payaso Oleg Popov del circo de Moscú.
  • El bailarín Alexander Godunov. A quién conocí como uno de los malos de Duro de matar, pero resultó tener una historia más increíble que las de John McClane.
  • El trago San Martín.
  • Y el yaguarón. Mito guaraní que viajó por todo el río Paraná hasta llegar a las costas de San Nicolás.

Desordenada, yanqui, del litoral y también del Europa del Este. Así también es esta historia.

Cuando en el 2015 empecé a teclear esta novela, mi hijo José no existía. Solo en el deseo. Recién ahora entiendo lo que escribí.

“Ser padre es estar incómodo. Por momentos hasta disfrutás de esa incomodidad. Estás cómodo con esa falta. Hay algo que siempre se te va a escapar y uno no puede hacer demasiado salvo implorar que tu hijo no sufra demasiado.

—O sea yo.

—O sea vos. Cuando seas padre lo vas a comprender.

—¿Y si no quiero ser padre? —dije y se sorprendió, buscaba la respuesta en el aire.

—Vas a tener que lidiar con otras incomodidades”.

Si me preguntan si mi abuelo fue caníbal, entonces debo decir que no, o hasta donde yo sé no de carne humana en sentido literal, pero seguro que él se alimentó de las proteínas de aquello que lo antecedió, para conformar su historia, tal como luego lo hicimos mi padre y, en el futuro, lo hará mi hijo José Ignacio.

 

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La Editorial Hormigas Negras suma un nuevo título a su colección Puro Barullo

Fue mala idea conquistar Formosa, de Leandro G. Radusky, es una novela de humor y de acción 

por Andrea Álvarez Mujica

Zeta, en la oficina, con el trabajo de la mañana sin hacer,  imposibilitado para concentrarse por el dolor de cabeza y la resaca, recuerda un tramo de la conversación de la noche anterior, una humorada desarrollada con la fabulosa  liviandad de las charlas etílicas. ¿Qué pasaría si un grupo separatista comenzara a operar en la provincia de Formosa? A la hora del almuerzo, ningún compañero de Zeta parece recordar la charla. El chiste en relación con el aislamiento de Formosa y las derivaciones insensatas, intensificadas por las mentes beodas de un puñado de porteños prejuiciosos en un encuentro festivo, cayeron en el olvido.

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La mayor parte de su tiempo libre, Zeta es víctima de la inmovilidad física que le provoca su adicción a las exploraciones virtuales. La idea de Formosa Libre, que quedó pegada en una parte de su pensamiento, lo impulsa a plantear el tema en un foro, un poco como un juego y otro tanto porque su campo de acción es Internet. Ese acto, no del todo racional, lo arranca del sillón donde pasa el tiempo frente a la pantalla y lo lleva a una aventura de ruta, junto a Ygriega y Equis, con quienes sella una tácita hermandad fuera de la ley.

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La mención de los binarios, seres de apariencia normal que se mezclan con el resto y pueden ser detectados por las acaloradas respuestas que tienen ante ciertos temas, indica que la historia transcurre en una realidad que no es la que todos conocemos, aunque se le parezca mucho.

Fue mala idea conquistar Formosa es una novela de humor y de acción, con personajes en movimiento, jóvenes escépticos formados en la cultura digital, antihéroes totales, introduciéndose en un submundo oscuro y peligroso.

 

 

 

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Presentación de la novela Un error maravilloso

Hormigas Negras lanza el primer libro de la colección Puro barullo, una obra de Federico Lisica
Participan: José Esses, Lucas Finocchi y el autor
16 de marzo 2016 – 19.00h
CCEBA Florida 943

Hormigas Negras presenta la novela Un Error Maravilloso. Lucas Finocchi (integrante de la banda platense Mostruo! y poeta) junto al periodista José Esses (Siamo Fuori, Los 80-La Década) darán su visión sobre un registro que cruza lo generacional con lo pop hasta fusionarlo con algo existencial.
El texto de Lisica reactualiza la mirada sobre el reciente fin de siglo dentro del género de novela iniciática. Es 1999. El Y2K, las elecciones presidenciales, los tickets canasta, el movimiento 501, serán el telón de fondo para la acción. Elementos que se conjugan con otros como un torneo de ex alumnos del secundario, sinopsis de videos, tipos que usan kimono, una azafata holandesa, proyectos anotados en listas hechas para ser perdidas y a Robert Duvall aconsejando en La Biela.

“…siguieron caminando. Los refucilos no se decidían en acabar en el río. Todo lo contrario. Como en los dibujitos animados, se habían posado sobre sus cabezas y los perseguían a donde fueran”