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Entrevista a Laura Cukierman

“Me gustan las historias de mujeres rotas o que se están por romper o que quieren destrozar algo”

La autora de Las chicas malas no transpiran habla de sus procesos creativos y el surgimiento de los personajes que desarrolla en sus cuentos.

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—¿Cómo fue tu acercamiento a la literatura? ¿Cuáles fueron los libros o los autores con los que te iniciaste? ¿A partir de qué estímulo? 

—Vengo de una familia donde había libros en todas partes; baño, mesas de luz, auto, cocina, etc. Se leía mucho y en muchos lados. Y se leía muy ecléctico y sin prejuicios: desde clásicos hasta libros de coyuntura política, historia rusa o novelas americanas.

Mi acercamiento entonces fue de una forma no dogmática y teniendo al libro como un elemento de uso habitual en mi casa. Si estás aburrido lee, si estás triste lee, si estás contento lee, para estudiar lee, para dormir lee, si tenés un viaje largo nada mejor que leer. “Nunca va a faltar plata para un libro”, decía mi papá. Y además soy nieta de una profesora de literatura española con lo cual fui creciendo siempre cerca de un libro. Empecé con infantiles de todo tipo: Álvaro Yunque, clásicos de Robin Hood, colecciones infantiles, libros rusos para chicos, porque mi papá era comunista. Me enganché con los policiales clásicos en un momento breve de la adolescencia junto con autores latinoamericanos como correspondía a hijos de padres progres. Después empecé a interesarme por los autores norteamericanos y por los cuentos específicamente. Ahí me quedé un buen rato y seguí con casi todo lo que se me ponía adelante y me llamaba un poco la atención. Básicamente es lo que me sucede hoy con los libros.

—En relación con tu propia escritura. ¿Cuándo y cómo sentiste o tuviste la necesidad o el deseo de comenzar a escribir ficción? ¿Qué encontraste en ese camino?

—No puedo especificar un momento. Me recuerdo imaginando que escribía, pensando historias. Al final de la adolescencia definí que quería ser periodista, pero además escribir ficción. Creo que también en ese momento me acerqué a autores que aun hoy me resultan muy convocantes para escribir, esos que te hacen sentir que es fácil, que todos podemos hacerlo. Aunque obviamente sea mentira.

—Los cuentos de Las chicas malas no transpiran tienen algunas características en común: las voces femeninas internas, los pensamientos incorrectos, los miedos, las fragilidades. ¿Qué nos podés comentar sobre el surgimiento de cada una de las protagonistas? ¿De dónde te llegaron esas voces? ¿Cómo fue el proceso creativo?

—Me gustan las historias de mujeres por un lado y me gustan los personajes frágiles o que se quiebran en algún momento y ver ese proceso. Me gustan las historias de mujeres rotas o que se están por romper o que quieren destrozar algo en un determinado momento. Me gusta pensar qué sucede en esas cabezas en los momentos de quiebre. Estos relatos son de mujeres porque es un universo que me interesa particularmente y que también tiene que ver con mis lecturas. Me gustan mucho las cuentistas mujeres.

Algunas de las mujeres de mis cuentos surgieron primero a partir del tema; la vejez, por ejemplo, el aborto, la doble moral, las separaciones, etc. En otras historias aparecieron primero algunas imágenes: la nena en una pileta, la nena en un auto con su madre y en otras no tengo idea bien como nacieron.

Hace poco encontré textos míos de muy chiquita, algunos a modo de diario íntimo y otros en formato relato. El cuento me sigue pareciendo un lugar hermoso, de perfección, de tiempo preciso, de economía de recursos. El cuento es el lugar en el que me siento más cómoda y que al mismo tiempo me da más vértigo.

Andrea Álvarez Mujica

Foto: Alejandra López

 

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Gigio & Spiker: Instrucciones para ver el sol

“Los músicos del sol son seres que abren túneles en este mundo oscuro, buscando, uniendo”

 

Un disco nuevo de Gigio González es siempre una buena noticia. Instrucciones para ver el sol acaba de salir y trae ocho canciones sutiles, voladas y adictivas. En esta entrevista Gigio cuenta algunos momentos de inspiración, da pistas sobre las ideas que subyacen en los títulos o sobrevuelan los estribillos de las canciones y trasmite el clima propicio que hubo en las tardes de encuentros y grabaciones en el Loto Azul.

—Tus discos suelen ser proyectos con amigos, esta vez te uniste a Mario Siperman (Spiker), ¿cómo te sentiste y cómo fue el proceso creativo?

—Trabajar con Mario fue genial, muy positivo en todos los aspectos. Es un músico sensible y nos complementamos bien. Desde un comienzo nos dijimos que esto era un juego, tampoco sabíamos que iba a terminar siendo un disco, la verdad. Simplemente un día llevé una canción al estudio, Eco, y luego otra y otra. Grabé la guitarra acústica y la voz y luego empezamos a darle la instrumentación que nos parecía bien en cada canción. Spiker hizo la producción, llenó todo de sonidos, pianos, teclados y ambientes preciosos.

También hizo las bases en un comienzo, que luego perfeccionaron Fernando Ricciardi en batería y Federico Ghazarossian en contrabajo y bajo. Daniel Melingo y Sergio Rotman colaboraron con ideas muy valiosas.

 

Gigio & Mario en el loto azul

 

Te diste el gusto de invitar a tus amigos a grabar, armaste una espléndida lista de músicos, ¿qué recuerdos te quedaron de esos días en el Loto Azul?

—Jugar de local en un estudio como el Loto Azul es bárbaro y, tal cual decís, fue un placer pasar las tardes con estos personajes geniales. Fueron sesiones tranquilas, dedicadas a la música, pero un día llenamos el edificio de humo. Un edificio feliz.

 

El disco empieza con Eco, una canción que va muy bien con los auriculares por las calles de San Telmo. ¿Cómo surgió? ¿Por qué elegiste a Flopa Lestani para que te acompañe en las voces?

Eco la escribí en gran parte a mi hija, que se iba de viaje, pero me gusta escribir las letras de forma abierta, que tengan varias lecturas, que sigan en acción. En cuanto a Flopa, me encanta su voz y su onda. Digamos que ella y estas canciones se juntaron solas.

 

—En el disco hay dos canciones en coautoría con Daniel Melingo, me parece que te llevás de maravillas componiendo y cantando con Melingo, ¿es así?

—Sí, Daniel es amigo y es un talento único y un maestro en su forma de hacer las cosas. Lo sigo desde los Twist. Hicimos varias canciones juntos, algunas no se conocen todavía. En Espiral y Músicos del sol colaboró también en la producción. Grabar Espiral en tiempo más ska fue idea suya. En esa canción también está Hilda Lizarazu, otra voz que embellece por donde pasa.

gigio & Mario

 

Te vas es una canción con una letra muy visual. ¿Cómo fue la situación en la que la escribiste? 

—Estaba sentado chateando con dos muchachas y para hacer la letra junté los retratos, dos situaciones que me contaban para contar la tercera historia, que es la que me interesaba en realidad. Hay veces que lo que escribís anticipa el futuro.

 

—¿Hay días en los que necesitamos Instrucciones para ver el Sol? Contame sobre esta idea. 

—No creo que las necesitemos. A veces pensamos que siguiendo las reglas estará todo en orden, pero de repente un acontecimiento lo altera todo. ¿La naturaleza sigue instrucciones o las va creando? Crear es una forma de cambiar la rotación. Incluso la tapa invita a colorear.

 

—En los Músicos del sol, hablás de una especie de cofradía o logia. ¿Quiénes son los músicos del sol? ¿Cómo te los imaginás?

—Los músicos del sol son los poetas, los músicos que vibran con la obra, es como un gremio interestelar. El sol sería nuestro interior, el chip. Los músicos del sol son seres que abren túneles en este mundo oscuro, buscando, uniendo, cantando. Van de la realidad al sueño y vuelven con un disquito. Es una idea inocente quizás, pero tiene su gracia, creo. Mi infancia está marcada por músicos como Moris, Spinetta, Manal. Un rock de contenido, con cierto mensaje que actuaba en reacción contra el oscurantismo diario, el capitalismo y su frontera, la máquina de matar, como decía Medina. Desperté en un buen día y les compuse la canción.

 

Andrea Álvarez Mujica

Fotos: Antonella Malachite

 

 

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Entrevista a Damián Rovner

El autor de Sí, fui yo, avanzó en la escritura de la novela sin tener el final resuelto:“Para mí también era una incógnita el desenlace de la historia”.

 

Cuando eras adolescente te interesaste por la novela negra. ¿Qué recordás del impacto que te produjeron esos personajes, títulos o autores?

—En mi adolescencia leí sobre todo mucha ficción, ciencia ficción, literatura latinoamericana, europea y política. La novela negra la descubrí cuando una amiga me regaló El largo adiós de Chandler. Fue un antes y un después. A partir de ahí me agarró como una compulsión por los policiales. Leí de todo, tanto anteriores como posteriores a Chandler, que es una bisagra. Una novela que recuerdo que me marcó fue Buffo & Spallanzani de Fonseca. En su momento me conseguí toda la colección del Club del Misterio para leer a los clásicos (Hammett, Chase, Christie, Poe, Chesterton, Queen), que aún conservo, y además he consumido a Pérez Reverte, Sasturain, Eco, Highsmith, Onetti, Mankell, Saer, y otros. Así como hay autores que son para mí de cabecera, que he leído mucho, y también influyeron en mí como Proust, Borges, Yourcenar, Dostoievski, Shakespeare, Tolkien, Kafka o Foucault, para nombrar algunos.

 

Cómo lector de novela negra, ¿qué pensás que un autor debe darle a un aficionado al género? ¿Qué es lo fundamental? ¿intriga? ¿originalidad? ¿sorpresa? ¿clima?

—Intriga. Respecto a los otros aspectos cada lector es diferente y busca diferentes cosas en un libro. Hay lectores que se interesan más por el cuento, otros por las descripciones, y hay otros que se fascinan con la pluma en sí, como yo. Lo que no debe faltar en el género es la intriga. Luego, siempre habrá textos más o menos originales, más o menos sorpresivos, mejores o peores.

 

Personal en Usina del Arte2

 

Tu novela está contada por Antonio Grillo, un personaje que no parece compartir casi nada con vos. Nadie podría especular que es tu alter ego, ¿cómo lo construiste?

—Creo que todos los personajes que uno construye tienen algo de uno. Aunque sea aspectos mínimos que uno percibe en ciertas situaciones. Lo interesante es poner la lupa y transformar esa pequeña característica en un rasgo principal de un personaje. Al menos yo necesito empatizar con el personaje para poder desarrollarlo. También uno toma decisiones sobre ciertas cualidades personales que lo adornan un poco.

 

—¿Qué fue lo primero que surgió de esta historia? ¿Recordás qué la disparó?

—Lo primero que surgió fue el dilema que cuento en las primeras páginas, que no lo voy a contar acá pero siento que es un nudo bastante potente. Ese dilema plantea la paradoja y problemática del protagonista que lo guiará toda la novela. En este sentido fue muy interesante porque para mí también fue una incógnita cuál iba a ser el desenlace de la historia, y lo fui descubriendo a medida que avanzaba. De alguna manera iba viviendo las aventuras con Grillo con tanta incertidumbre como él.

 

—Si bien Grillo no vive días fáciles, hay muchos momentos de humor, incluso a veces, parece que Grillo logra mirarse desde afuera y reírse un poco de todo. ¿De qué forma el humor se coló en la novela? ¿Fue algo natural? ¿Lo decidiste?

—Fue algo natural porque es parte del personaje que construí, y de mí también. Desde el comienzo lo imaginé con aspectos de Woody Allen, Groucho Marx o Fontanarrosa. Me apasiona el desafío de insertar el humor en una trama sobria y de suspenso sin que se convierta en trivial. En definitiva, en la vida también sucede que el humor mete la cola en las situaciones más trágicas e inesperadas.

AAM

 

 

 

 

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Entrevista a Andrea Álvarez Mujica, autora de Los novios muertos

“No hay un asesino oculto que va matando novios”

por José Mariano Albamonte

Foto: Ariel Bacca

Norman Mailer decía que para escribir novelas se necesita una ardua colaboración entre el carácter y la pasión, entre la inspiración y el ascetismo y que además hay que mantener el equilibrio al borde del abismo y trabajar día tras día, durante varios años. Y algo de eso hay en todo proceso de escritura de una novela.

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Andrea Álvarez Mujica comenzó a escribir Los novios muertos en noviembre de 2012. La historia tomó fuerza durante el invierno siguiente, en parte, gracias a los compañeros del taller literario de Juan Forn que recibían con entusiasmo cada capítulo que les leía. Se había formado un grupo intenso, de rápida producción y valoraciones mutuas, por todo eso, aunque mantenían el ritual tácito de no introducir temas que desviaran el trabajo, las tres horas de sesión no alcanzaban para analizar todos los materiales. Procuraban llegar temprano y se concentraban en los textos ajenos con gran compromiso. Disfrutaban de las devoluciones constructivas y pateaban las conversaciones sobre citas literarias, series o fechas de shows para la reunión posterior en la pizzería de la esquina. “El taller de Juan Forn fue un marco muy propicio para el desarrollo de mi novela. En las extensas sesiones de los viernes, Juan trabaja como un editor que no está apurado, lo cual implica una situación utópica”.

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Carla, la protagonista de Los novios muertos, tiene una ventana desde la cuál ve el parque Lezama y eso le resulta inspirador. Autora y personaje coinciden en la atracción por las ventanas con buenas vistas. Andrea avanzó a grandes trancos, en las huidas de Buenos Aires, junto a una ventana con vista panorámica. Vacaciones de invierno y de verano y otra vez de invierno y verano de la temporada siguiente, en un departamento costero, contribuyeron en la culminación de la historia. “La vista del mar me despeja para escribir y me favorece la concentración. Así es que el verano del 15, una mañana de febrero, terminé Los novios muertos. Fue una sorpresa porque pensaba que me faltaba más. Eran las diez de la mañana, mi familia dormía. ¡Dormía hasta el perro! Mis vacaciones se caracterizan porque escribo hasta el mediodía y luego retomo la escritura a la tardecita o noche. Salí al balcón y me quedé un momento disfrutando, pensando que tenía el día completamente libre”.

—¿Qué les dirías a las personas que están por leer tu novela?

—Que no se dejen engañar por el título, no hay un enigma detrás de Los novios muertos, no es una novela de género y no van a estar agarrados de la intriga hasta el final, porque no hay un asesino oculto que va matando novios.

—Bien. Se trata de Carla, la protagonista, ¿qué le pasa a Carla?

—Carla descubre que el pasado le es ajeno. Su propio pasado. Es una especie de revelación silenciosa que le da horror y fascinación. El paso del tiempo la modificó de una manera tan intensa que no le resulta fácil reconocerse hacia atrás. Esta cuestión no tiene una repercusión en un sentido estético, no es una crisis de mediana edad, Carla mira una foto de hace más de quince años y considera que no está tan distinta, que su belleza quedó relativamente resguardada en relación con el tiempo transcurrido y con los estragos que el tiempo hizo en su interior.

—¿Parte de esos estragos se relacionan con su crisis de pareja?

—Parte de esos estragos se relacionan con su crisis de pareja, sí, Mariano. Es una crisis no muy evidente, no están tirándose con ceniceros, aunque hay conflictos, apatía, pero también momentos armoniosos. De todas formas, la relación ya no es lo que era. Supongo que Carla pensaba que todas esas cosas que les suceden a los demás, no les iban a pasar a ellos. Que eran invencibles, invulnerables. El tipo de ideas que se suele tener a los veinte años.

—Hay muchas referencias musicales y de época, ¿por qué?

—Bueno, es el contexto, un personaje pertenece a una época, está atado a su tiempo. Carla es un personaje entre dos siglos. Entró al siglo XXI de una manera que todavía no termina de visualizar, más allá de lo obvio de los cambios tecnológicos, intenta entender dónde está situada.

—¿Y la música? Toda esa lista de bandas que Carla escucha…

—La cuestión de la música se cuela de forma natural en lo que escribo. Para mí las referencias musicales que hay en la novela son mínimas. La selección de bandas tiene que ver con la personalidad de Carla. ¿Cómo podríamos conocer a un personaje sin información de la música que escucha?

—¿Cómo se inició esta novela? ¿Qué fue lo primero que escribiste?

—Lo primero que escribí es el texto que resultó ubicado como el capítulo 3 de la Parte I. La tarde de marzo que Carla pasa sola en su casa y piensa que nunca le gustaron los rubios. Come melón, toma te helado, escribe y mira las cúpulas turquesa de la iglesia rusa. En ese texto inicial se presentó la cuestión de los novios muertos. Estos novios que marcaron a Carla, no por haber sido amores importantes o trascendentes, más bien todo lo contrario, se trata de romances de relativa intensidad, de cierta indiferencia mutua, pero que quedaron en el recuerdo con un resplandor dorado, juvenil, porque esos novios murieron de forma temprana.

—Leí la novela y no sentí eso. Me pareció que eran los grandes amores de Carla.

—Ja, bueno, eso está bien, yo te cuento como funcionó en mi mente, mientras la escribí.

—El barrio de San Telmo esta presente en varios tramos de Los novios muertos, ¿por qué?

—Sé que a muchos escritores les resulta inspirador pensar en lugares exóticos y entiendo que los lectores disfrutan de viajar a través de las novelas. De hecho, como lectora, me sumo a esa pasión de viajar con los libros. Pero para escribir me alcanza con el parque Lezama y algunas calles de San Telmo. La misma ventana, el mismo árbol. Esa repetición no me hastía. Con el desarrollo de la trama, el árbol y la ventana se van a modificar, tal como se modifica todo a nuestro alrededor. Ahora, mientras te doy esta respuesta, acaba de cambiar la luz que entra hacia la mesa.

—Carla adora la luz azul, ¿por qué?

—La luz azul es la más rara y breve del día. Te anuncia que ese día termina. Le da la entrada a la noche. Es un timbre visual. Hay días que parecen pasar sin más y de pronto la luz azul, la idea del final, los convierte en algo especial, aunque sea por unos minutos. De hecho, el título provisorio de la novela fue La luz azul. Es la cuestión de detener el instante con la literatura.

 

 

 

 

 

 

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Entrevista a Gabriel Acerbi, autor de Minuto a minuto

“Cuentos con atributos que causan algún efecto en las vísceras”

por José Mariano Albamonte
En literatura, la palabra visceral nos remite directamente a Roberto Bolaño y su realismo visceral, el subgénero cultivado por los poetas de Los detectives salvajes. En dicha novela, el autor chileno recrea el movimiento infrarrealista del que había sido parte a mitad de los setenta y al cual había rebautizado como realismo visceral para darle vida en la ficción. En Los detectives salvajes, los escritores talleristas, se proponen una literatura que pueda surgir desde las vísceras como una forma de autoprotección para no ser contaminados por las modas y tendencias literarias, una suerte de autenticidad de las entrañas.
Gabriel Acerbi, autor de Minuto a minuto, tiene su propia versión de los relatos viscerales: “Los cuentos son directos, políticamente incorrectos, tienen intriga y, casi todos, finales que patean. Me da la impresión de que esos atributos causan algún efecto en las vísceras. Hay que probar”.

Minuto a minuto
—Dice en la solapa de Minuto a minuto, que fue después de contar una anécdota en una cena con excompañeros de colegio, cuando escribiste tu primer cuento. ¿Ese cuento está en el libro o fue simplemente la iniciación de un camino?
—Ese cuento es La vuelta del Urso. El Urso es real, vive en Noruega hace treinta y cinco años, como en el cuento. En esa cena con excompañeros estábamos hablando de la tragedia de Cromañón. Yo conté algo que me había dicho el Urso acerca del tema: que en Noruega nunca podría haber sucedido eso, porque la primera persona que hubiese visto que la puerta de emergencia estaba clausurada, de inmediato hubiera avisado a la policía. Esa frase del Urso generó un debate sobre la vida en Noruega, sobre las diferencias entre nuestra sociedad y aquella, sobre lo difícil que sería adaptarse para cualquiera de nosotros.
Utilizando todos esos conceptos, al día siguiente de la cena empecé a escribir el cuento La vuelta del Urso, que combina unos pocos hechos verídicos con mucha ficción.

—¿Cómo pensás tus cuentos? ¿De atrás hacia adelante? ¿O como piezas que van encajando? ¿O simplemente la historia se va desarrollando?
—En general parto de una situación determinada, verdadera o imaginaria, que surge de alguna lectura o de una charla. Esa situación termina siendo el elemento central del cuento. Después, para generar una trama alrededor de esa situación, elijo piezas que se le vayan acoplando, que le den volumen.

—¿Así surgió La era de los mundiales?
La era de los mundiales surgió de una charla que tuve con un amigo. Él no trabajaba y se enorgullecía de ver todos los partidos que se jugaban durante el mundial, que a veces eran tres o cuatro por día. Durante la semana, cuando yo salía del trabajo, iba a su casa para ver juntos el último partido de la fecha. Esa situación, repetida día tras día durante semanas y, seguramente después de un par de botellas de vino, nos hizo imaginar cómo sería un mundo donde los mundiales de fútbol se sucedieran uno tras otro, sin parar.
Esa hipótesis dio lugar a una serie de especulaciones. Por ejemplo, en un mundo así, un comentarista deportivo ocuparía el lugar que hoy tienen los filósofos. Muchas de estas especulaciones están en el cuento.

—¿Hay una relación entre estos doce cuentos?
—Mientras yo escribía el libro no tuve ninguna intención de crear historias que estuvieran relacionadas. Sin embargo, cuando llegó el momento de ordenar los relatos dentro del libro, visualicé un patrón: el rol desdibujado del macho humano en los últimos treinta o cuarenta años de historia.
Me encantaría validar esta opinión, sobre todo, con las mujeres que lean los cuentos.

—¿Qué te gustaría que el lector sintiera o pensara al terminar de leer tu libro?
—Lo ideal sería que se hicieran la siguiente pregunta: ¿Cuándo saldrá el próximo libro de cuentos de Acerbi.

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Entrevista a Federico Lisica, autor de Un error maravilloso

“En un momento la novela iba a ser una ucronía”

por Ángela Rossetti

La primera imagen que se le presentó a Fede, al inicio de la novela, fue la de un partido de fútbol tumultuoso y Martín, el personaje principal, tirado en el piso escupiendo sangre. “Después aparecieron otras escenas y otros personajes. Durante un tiempo Martín estuvo en una especie de ensoñación, en posición fetal y eso me parece que tiene que ver con lo que es una novela iniciática. Creo que la novela realmente se empezó a escribir con la llegada de Julia y de Echeverría, que si bien no son antagonistas, acompañan a Martín dándole patadas y caricias”.

 Fede

Un error maravilloso trascurre en 1999, elegiste un año con variadas connotaciones políticas, culturales y hasta universales… ¿Por qué?

—Era el año del final del menemismo, aunque en realidad el menemismo siguió hasta el 2001, pero 1999 se vivió como el final del menemismo. 1999 se presentaba como una posibilidad de cortar de cuajo una época, cosa que tampoco sucedió y además era el fin del milenio.

—¿Qué querías mostrar de esa época?

—En un momento la novela iba a ser una ucronía, un tiempo paralelo de los 90. La pregunta era: ¿Qué hubiese pasado si Menem no hubiese estado vivo en los 90? Mi idea era que los 90 hubiesen sido bastante parecidos sin Menem, lo cual a la vez le quitaba sentido a la ucronía.

—¿Cuánto de vos tiene Martín?

—Una de las cosas más lindas que tiene la literatura es que es posible enmascarar un poco lo real y maquillar lo ficticio como si fuese verdadero. Hay bastante de mí en Martín y bastante de mis amigos en los amigos de Martín, pero hubo una operación de enmascaramiento. Hay verdades que las tuve que maquillar porque si las ponía tal como fueron, tal como sucedieron, resultaba totalmente inverosímil. También hay historias reales, como la de la azafata que de nena fue abandonada en una cancha de fútbol. La novela es un juego permanente entre la realidad y la ficción. Creo que la literatura habilita a jugar y pervertir ese tipo de nociones.

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Entrevista a Pablo Marquevichi

Autor de El archivo del Honorable Doctor Rudolf Wolfgang Gerhard

“El tipo no busca dinero ni fama, es un sádico”

por Ángela Rossetti

Pablo Marquevichi vivía en Londres cuando un amigo le escribió para contarle que lo habían nombrado ayudante en una cátedra de psicología. La idea del amigo era que ambos escribieran relatos basados en casos reales para ser utilizados como material didáctico. “Tardé cuarenta y siete segundos en tomarme el proyecto para la chacota”, recuerda Pablo. Pensó en la confianza que el paciente tienen en el psicólogo y en qué pasaría si es profesional abusara de su poder. Fue entonces cuando el Honorable Doctor Rudolf Wolfgang Gerhard se le presentó por primera vez. “Un tipo que no busca dinero ni fama, hace lo que hace simplemente porque es un sádico y tiene los medios para ejercer su perversión”.

—De todos los relatos del libro ¿cuál fue el primero que escribiste?
—Curiosamente el primer relato que escribí no está en el libro, no llegó a ser una historia, fue más bien una prosa a la deriva, una cita con el Honorable, un encuentro en el que nos conocimos.

¿Cuál es la dificultad de trabajar un texto de humor absurdo?
—Lo más difícil es que la gente se ría sin pensar que se trata de una tontería. No quería entrar en el terreno de lo gracioso sin sentido, tenía que ser absurdo pero no ilógico. Construir ese conjunto de reglas propias sobre las que se desarrolla el universo del Honorable fue lo más complicado.

Los personajes secundarios de tu libro se acercan a una organización en busca de una cura por alguna fobia loca o rara. ¿Pensaste en sutiles fobias cotidianas y las exageraste? ¿O es puro invento deliberado?
—Estuve leyendo mucho, investigando diferentes tipos de fobias, también me nutrí de personas que conozco, exageré sus fobias para convertirlas en historias, las distorsioné.

—¿Por ejemplo?
—Tengo un amigo que se llama Juan Pérez, de adolescente él tenía un pequeño complejo por su nombre tan común, eso sirvió de materia prima para un relato. 0bviamente llevé al extremo una pequeña molestia que sentía mi amigo.

—¿Vos tenés alguna fobia?
—Hay dos relatos que están basados en mis propias fobias, no te digo cuáles porque además de fóbico soy pudoroso.