Mi abuelo caníbal, Federico Lisica (Hormigas Negras)
¿Cómo la puesta en escena de una historia terrorífica puede dar pie a otra de una ternura escalofriante? Lo que podría haber sido el abordaje de condiciones de vida siniestras –ante la miseria y hambruna reinantes, un soldado ucraniano escapa de los nazis y con dos compañeros desertores comienzan a cometer todo tipo de crímenes, el más urticante: comer carne humana–, se va tornando en Mi abuelo caníbal en un rodeo por las alternativas vividas por una familia argentina a lo largo de tres generaciones. Desde los días del sitio de Leningrado en plena Segunda Guerra Mundial –la estadística dice que murieron 600 mil personas y que 1.400 fueron arrestadas acusadas de canibalismo y más de 300 ejecutadas–, pasando por los entretelones existenciales de un hombre inmigrante cuyos hijos crecerán desde pequeños sin su madre, hasta ya en los años 90, las aventuras de un nieto deslumbrado por todos los enigmas que depara un abuelo sin tres dedos…
Mi abuelo caníbal dispara a partir del momento cero de su lectura cuánto hay de Federico Lisica (Buenos Aires, 1978), periodista y docente secundario, en las diversas correrías que emergen a lo largo de su segunda novela. Si en ruso su apellido significa “zorro” y en la tapa del texto un soldado porta uno sobre su hombro, ¿cuánto hay de mutación en las historias de tantos inmigrantes y refugiados que debieron mutar de piel, mutar de nombre, para tener una nueva vida, una nueva piel, un nuevo nombre, cuando llegaron a Argentina? ¿Y qué lenguaje sino el del destierro los hizo soportar sobres sus espaldas una nostalgia y un secreto inauditas? ¿Y cuánto de lo inverosímil mutará en verosímil a los oídos de los sobrevivientes?
Sin embargo, Lisica no precisa créditos biográficos para garantizar una habilidad por haber hecho de cosas que escuchó –¿recordar no entraña muchas veces inferir que se escuchó algo que no se corresponde con eso oído?– un tejido de historias cautivantes y fraternales. En ciertos aspectos, una novela como Mi abuelo caníbal comparte con el universo de Santiago Craig (Buenos Aires, 1978) y sus relatos de Las tormentas –que lo llevó a ser uno de los finalistas de la quinta edición del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez– no sólo una atmósfera que amplía las fronteras del costumbrismo –fantástico en Craig, terror en Lisica–, sino también la potencialidad de una voz que puede transmitir calidez pese al escenario adverso en que se mueve.